Tuesday, January 25, 2005


afueras de lecce

el ursa

poética de persianas descolgadas de el ursa : extractos de punto y línea sobre el plano de kandinsky




A veces una conmoción extraordinaria nos puede sacar del estado letal hacia una recepción viva. Las conmociones provenientes del exterior irrumpen con violencia y con efecto largo o corto en el campo de los hábitos tradicionales. La calle puede ser observada a través del cristal de una ventana, de modo que sus ruidos nos lleguen amortiguados, los movimientos se vuelvan fantasmales y toda ella, pese a la transparencia del vidrio rígido y frío, aparezca como un ser latente, del otro lado. Esta interrupción, empero, no es percibida frecuentemente sino como una injusticia más o menos intempestiva. Entonces se impone sobre todos los demás sentimientos el deseo de regresar cuanto antes al sistema de hábitos tradicionales. La conmociones provenientes del adentro son de otro tipo. Su causa está en el hombre mismo y dentro de él actúan. El hombre no es un espectador a través de una ventana, sino que se ubica en la calle. La vista y el oído atentos transforman mínimas conmociones en grandes vivencias. De todas partes fluyen voces y el mundo entero resuena. Como un explorador que se interna en territorios desconocidos, hacemos nuestros descubrimientos en lo cotidiano. El ambiente, comúnmente mudo, comienza a expresarse en un idioma cada vez más significativo. Así, se vuelven símbolos los signos muertos y lo muerto resucita. En nuestra percepción el poema es el puente esencial, único, entre palabra y silencio. El poema encuentra su forma material en la escritura: pertenece al lenguaje y significa silencio. El sonido del silencio cotidiano es en el poema tan estridente que se impone sobre todas las demás propiedades. La nueva ciencia artística surge cuando los signos se vuelven símbolos y el ojo y el oído abiertos permiten saltar del silencio a la palabra. El material de la poesía es la tensión; y el poema, la composición orgánica y eficaz de las tensiones. La tensión es la fuerza presente en el interior del lenguaje, que aporta sólo una parte del sentido; la otra parte la determina el ritmo –oral o visual–, que a su vez está también determinado por el sentido. Sólo hay un camino: la fragmentación analítica de los elementos para llegar a una expresión propia.